A veces al terminar un libro que nos llega hasta los huesos, se nos antoja entrar en la mente de los escritores y averiguar qué fue lo que hizo falta para que se le ocurriera todo lo que acabamos de leer. Tal vez la forma más cercana que tendremos de esto sea echar un vistazo en los libros que leen ellos mismos.

Las bibliotecas personales de los grandes escritores no son simples colecciones de libros; son laboratorios de ideas, refugios de tranquilidad y a veces el corazón de la genialidad. ¿Qué lugar ocupa una biblioteca en la vida de un escritor? La respuesta tal vez podamos encontrarla entre sus estantes, en las obras que moldearon sus pensamientos y los impulsaron a crear universos inmortales. Aquí, desentrañaremos algunas historias ocultas en las bibliotecas de varias de las mentes que nos han obsesionado por años.

Las bibliotecas como espacio de creación

El espacio físico de la biblioteca personal con frecuencia se halla en habitaciones como estudios, y fue en estos espacios compartidos con los libros propios que autores como Arthur Conan Doyle, Rudyard Kipling o Jack London gestaron algunas de sus obras más emblemáticas.

  • Para Umberto Eco, la biblioteca era un espacio de infinito aprendizaje. Eco se enorgullecía de no haber leído los más de 50,000 volúmenes que poseía, "No me interesa lo que ya sé", solía decir, "me interesa lo que aún no sé". La biblioteca del que es considerado el mayor intelectual de Italia era un reflejo de su mentalidad: un lugar donde siempre había algo nuevo que descubrir, un laberinto de conocimientos sin fin.
  • Julio Cortázar, por su parte, consideraba su biblioteca como un espacio de inspiración, encontraba en cada libro una oportunidad de expandir ciertas ideas, y donde subrayaba, dibujaba y trazaba en una especie de diálogo con las grandes mentes páginas adentro. Obras de Borges, Cocteau y Breton adornaban sus estanterías, y en ellas encontró el aliento para construir las narrativas que desafiaron las convenciones de su tiempo.
  • Virginia Woolf devoraba libros sobre filosofía, historia, y literatura clásica y contemporánea. Tenía una predilección por autores como Shakespeare y Montaigne, cuyas obras marcaron profundamente su pensamiento. En Una habitación propia, Woolf reflexionaba sobre el papel de los libros en la vida de las mujeres y la importancia de tener un espacio donde poder leer y escribir en libertad.

Las joyas de la biblioteca

Cada escritor, como todo lector, tiene ciertos libros que atesora más que otros, y a veces no sólo por su contenido, sino por la influencia que ejercieron en su obra.

  • Jorge Luis Borges, quien perdió la vista en la última etapa de su vida, tuvo una relación especial con los libros durante su ceguera. Aunque ya no podía leerlos, su biblioteca siguió siendo uno de sus mayores tesoros.
  • Umberto Eco tenía divididos sus 50,000 ejemplares, de los cuales, 30,000 eran modernos y cerca de 1,500 eran libros antiguos recolectados a lo largo de muchos años.
  • Con un espíritu aventurero y autodidacta, Jack London tenía una profunda admiración por las obras de Darwin. Su copia de El origen de las especies era una de las piezas más preciadas de su colección, ya que las ideas de Darwin lo marcaron profundamente en la creación de sus personajes enfrentados a la brutalidad de la naturaleza.
  • Mario Benedetti, conocido por su literatura intimista y reflexiva, atesoraba las obras de la literatura latinoamericana y española. En su biblioteca se encontraban los versos de Miguel Hernández y las narrativas de Juan Carlos Onetti que, si bien no pudieron acompañarlo físicamente durante su exilio, le ayudaron a escribir con mayor profundidad sobre el desarraigo y la identidad.
  • Famoso por crear al icónico detective Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle tenía una biblioteca que reflejaba su interés en el ocultismo y las grandes historias. Obras sobre espiritualismo, historias de guerras o relatos de viajes, temas y estilos que influyeron en la creación de Holmes, así como en sus investigaciones sobre el espiritismo en sus últimos años.
  • Gabriel García Márquez atesoraba una gran colección de diccionarios y enciclopedias que consultaba religiosamente a la vez que inventaba palabras con las que llenaba su narrativa.

La relación con los libros

La relación de un escritor con los libros suele ser crucial para comprender su obra. Cada volumen es una pieza fundamental en la construcción de su universo literario.

  • Para Umberto Eco, los libros eran herramientas vivas que debían ser interrogadas. No creía en las bibliotecas como un simple depósito de conocimiento estático, sino como una fuente inagotable de preguntas. Según él, cada libro en su vasta colección era un reto pendiente de ser explorado.
  • Julio Cort��zar consideraba que los libros eran compañeros de vida, más que meros objetos. Su relación con ellos era casi espiritual, y siempre buscaba ediciones especiales que lo conectaran emocionalmente con los textos. Para él, leer era una forma de experimentar otras realidades y expandir las fronteras de la imaginación, “el único espacio de la casa donde se puede estar tranquilo”.
  • Cuando le preguntaron a Paola G. Gasca, autora del thriller mexicano Raíces del mal, confesó que “le rezaba” a Juan Rulfo.
  • Mario Benedetti, en cambio, consideraba los libros de su biblioteca como un reflejo de sí mismo y del crecimiento que había tenido como lector, como escritor y como persona, por ello le dolió tanto no poder cargar con ella durante su exilio.
  • Jenaro Martínez, autor de la novela de ciencia ficción mexicana Invasión silenciosa, creció como escritor con novelas de Michael Crichton y Dan Brown, cuya influencia salta de cada página de su obra.
  • Borges, quien había trabajado como director de la Biblioteca Nacional de Argentina, veía en los libros una suerte de paraíso perdido. Aprendió a "leer" en silencio, a través de la memoria y la voz de otros, mientras continuaba acumulando volúmenes que le recordaban la vastedad del conocimiento y la belleza del lenguaje. Su amor por las bibliotecas, incluso en la oscuridad, lo llevó a expresar que "no hay mayor consuelo que los libros".

Si esos libreros pudieran hablar...

Las bibliotecas de estos escritores también encierran historias fascinantes. Si esos libreros pudieran hablar, seguramente nos contarían muchas de las manías, obsesiones y reflexiones que los escritores hacían en ellas.

  • Julio Cortázar, escribía una pequeña reseña al final de sus libros cuando terminaba de leerlos. Su biblioteca fue donada a una fundación en España y se puede consultar de manera virtual.
  • Gabriel García Márquez escribía en su biblioteca personal de la Ciudad de México al lado de un jarrón con flores amarillas.
  • Mario Benedetti perdió gran parte de su biblioteca durante su exilio, pero siempre llevaba consigo algunos volúmenes selectos que lo reconectaban con su tierra.
  • Virginia Woolf convirtió su casa de Boolmsbury en el centro de reunión de antiguos compañeros universitarios de su hermano mayor, entre los que figuraban algunos de los intelectuales más sobresalientes de la época y quienes nutrieron gran parte de su biblioteca.

Las bibliotecas de los escritores nos revelan un aspecto fundamental: la creación no es un acto solitario, sino un diálogo constante con los libros que nos preceden y acompañan. Así como ellos encontraron en sus colecciones un refugio y una chispa de inspiración, también nosotros, los lectores, podemos adentrarnos en esos mismos mundos y descubrir una parte de esa mente que resuena con la nuestra a la hora de leer sus obras.

Las bibliotecas, al fin y al cabo, son tanto un hogar como un espejo: un reflejo de los sueños, los miedos y los deseos que impulsan a sus dueños a escribir, a soñar y a imaginar.