Antes que una figura filosófica, el donjuán es una figura moral: existe para que reconozcamos sus artimañas de seducción, no caigamos en ellas y veamos en su mal obrar un destino igual de ruin que sus acciones. Así ha sido desde su creación con El burlador de Sevilla de Tirso de Molina hasta su consagración con el Don Juan Tenorio de José Zorrilla.

Sin embargo, en el particular Diario de un seductor del danés Søren Kierkegaard, el donjuán toma un nuevo cariz cuya enseñanza no es moral sino estética, y creo que al margen de la propia moralidad: el arte de la seducción se convierte en un tratado sobre el erotismo, la espiritualidad y el propósito existencial de un individuo.

¿Quién es Johan en Diario de un seductor?

Aparte de ser un donjuán consumado, Johan, el diarista de la novela de Kierkegaard, es un hombre instruido de clase burguesa encantado por el espíritu idealizador de su época: el siglo XIX.

Esta idealización sobre cómo debiera vivirse la vida, encuentra una peculiar forma de concebir a las mujeres en relación con el hombre: el romanticismo, del cual, sabemos, aún parte de nuestra sociedad vive bajo sus estragos en las formas negativas de vincularse sentimentalmente.

De esta manera, Johan elige a las muchachas que seducirá bajo un solo propósito: sublimar sus sentimientos en pro de sí mismo. Y, cual fuckboy o treintón que “no está listo para algo serio”, una vez que haya concretado el encuentro sexual con la seducida, huirá y la ghosteará.

La portada del libro "Diario de un seductor" de Søren Kierkegaard.

La (est)ética del seductor kierkegaardiano

A raíz de la búsqueda de la sublimación de los sentimientos, Johan encuentra en Cordelia, la muchacha por la que el Diario tiene cuerpo y espesor filosófico, lo que convierte al prototipo de seductor en un pensador en ciernes.

(Ante un claro machismo por parte de Johan, del que no encuentro pruebas que fuese crítico Kierkegaard, quiero aclarar que no hay justificación alguna al tildarlo de “pensador”, sino que clarifica ciertos postulados del filósofo danés en relación con la vida (de la que hablaré más adelante)).

El pensamiento de Johan se centra en algunos puntos no sistemáticos pero sí claros: 1) la naturaleza de la mujer seducida; 2) la seducción como forma de creación estética; 3) la sublimación como sentido de la existencia. (Hasta cierto punto, puede sonar como que éste no es el tradicional fuckboy del día a día, pero encontrar similitudes palmarias entre uno y otro no es ninguna coincidencia y sólo expresa la forma en como el donjuán se ha transformado en el tiempo).

1. La naturaleza de la mujer seducida

Según Johan, ésta debe “despertar la idealidad”:

"Si una joven, desde el primer momento en que la veis, no os causa una impresión tan honda que despierte automáticamente la idealidad, ello se debe, sin duda alguna, hablando en términos generales, a que la realidad correspondiente no encierra ningún atractivo especial."

Para los estetas del siglo XIX, la idealidad se apareja con lo sublime, lo que nos desborda; dicha sublimidad es una forma en que la naturaleza excede los límites de la razón y nos asusta o nos conmueve. Cuando Johan construye a la seducida en un objeto de lo sublime, la seducción entra como una forma de obtenerla y de acercarse a ella. Y, como el donjuán es metódico, se vuelve en una forma racional y práctica de vivirla.

2. La seducción como forma de creación estética

Como un sentimiento por sí solo no implica crear, Johan desarrolla un razonamiento sobre el proceder de la seducción. Ésta, que involucra la sensualidad y la estrategia, compone una vida creativa, poética. No se trata simplemente de tener sexo con la seducida, lo que volvería prosaico todo el esfuerzo, sino de encontrar una manera en que el objeto de lo sublime se convierta en un sujeto que sienta adoración por el seductor.

Esta manipulación, para Johan, es un acto estético por el goce que provoca y que llena su narcisismo bajo la justificación del amado entregado a la amada en una carta que no puedo encontrar sino sorprendentemente insufrible:

"Se puede afirmar con todo rigor que estoy enamorado de mí, porque lo estoy de ti y, amándote exclusivamente a ti, no puedo por menos de amar todo lo que te pertenece de veras. Así es como yo me amo a mí mismo, por cuanto mi propio yo te pertenece. Por eso, si dejara de amarte, tampoco me amaría a mí mismo."

3. La sublimación como sentido de la existencia

Por último, las motivaciones de Johan en su diario no van más allá de los ocasionales encuentros que tiene con otras seducidas durante su gran cortejo con Cordelia (otra razón más para despreciarlo) y, de hecho, la novela concluye pocos párrafos después de que al fin ha logrado tener el encuentro sexual con ella.

Y así como vivimos inmersos en una economía del deseo que posibilita el consumir y desechar cuerpos, Johan hace lo mismo con Cordelia y deja de responder a sus cartas posterior a su desaparición.

En términos de lo que Kierkegaard denomina los “tres estadios del hombre”: estético, ético y trascendente, el seductor que ha configurado vive entre el primero y el segundo sin interesarle mucho el tercero.

De acuerdo con su definición de angustia, ésta se vuelve el motor de nuestras vidas para pasar de una vida sensual o estética a una coherente con la sociedad y, por último, en un salto de fe, a la búsqueda de la verdad en Dios. La sublimidad es un sucedáneo del tercer estadio, y es por ello que el seductor convierte su vida en un intento por alcanzarla y que le dé sentido a su existencia.

Retrato del filósofo danés Soren Kierkegaard.

El romanticismo en Noches blancas y Diario de un seductor

A diferencia del narrador de Noches blancas de Fiódor Dostoyevski, novela encargada de ridiculizar la novela romántica, que encuentra un significado en su vida con Nastenka, Johan se convierte en el epítome exagerado del donjuán y sólo encuentra significado en su vida en la pura idea de lo sublime.

De manera distinta, tanto Kierkegaard como Dostoyevski encuentran formas de criticar los excesos del romanticismo desde dos polos que se nutrían mutuamente. La filosofía y la literatura. Sin embargo, de lo que no se salva el narrador de Diario de un seductor es de envejecer terriblemente mal por su machismo y de ser, en parte, un retrato de la vida de Kierkegaard, quien, para alejar de él a su prometida Augustine, se ufanaba de ser un seductor reputado.

Pensaría que los kierkegaardianos no existen o que fueron una extraña especie que tuvo su auge a inicios del siglo XX, enraizó en los estudiantes de humanidades y ciencias sociales, y se desvaneció conforme el siglo XXI comenzó a madurar. Yo espero que así sea, y que quien lea este texto se vea más motivado a leer críticamente a Kierkegaard que a dejarse llevar por la corriente de los existencialistas que vieron en él a su precursor.

A veces escribir de lo que leemos es así: lanzar una piedra esperando generar un eco en el fondo del abismo.