La muerte en Latinoamérica no asusta, sino que se sienta a la mesa, brinda, se vuelve cuento, poema, novela y hasta canción. No le tememos, la celebramos, la bailamos en noviembre y la escribimos con ironía. Si en otros lugares la muerte es un final, aquí es sólo otro personaje que se ríe con nosotros, a veces cruel, a veces tierna, pero siempre viva en la literatura.

Aquí te traigo una lista de autores que ven a la muerte con humor. Desde el sarcasmo de Jorge Ibargüengoitia hasta el fatalismo poético de Rulfo, pasando por los retratos de guerra de Nellie Campobello, los giros insólitos de Cortázar, la ternura doliente de Benedetti y la comedia cósmica de García Márquez, estos autores son maestros de la literatura latinoamericana y la muerte.

La risa fúnebre de Jorge Ibargüengoitia

En Las muertas (1977), Ibargüengoitia recrea los asesinatos cometidos por las hermanas Baladro, basadas en el caso real de Las Poquianchis, dueñas de un burdel en provincia, pero lo hace desde una narración tan irónica que el horror se disfraza de farsa.

Ibargüengoitia logra lo impensable: narrar la muerte sin solemnidad, como si la tragedia fuera un mal chiste contado por el destino.

Las muertas no son sólo cuerpos, son una radiografía de la corrupción, del doble discurso, de los abusos disfrazados de virtud y al final, entre risas incómodas, uno entiende que el humor negro también es una forma de denuncia.

Portada del libro Las muertas de Jorge Ibargüengoitia.

Juan Rulfo, donde los muertos siguen hablando

Pasemos a Juan Rulfo, el escritor que convirtió la muerte en una forma de existencia. No podemos hablar de novelas latinoamericanas sobre la muerte sin mencionar a Pedro Páramo. Tanto aquí como en los cuentos de El llano en llamas, los muertos no descansan, conversan, se lamentan, chismean. En su universo, el más allá es tan rutinario como el campo mexicano: silencioso, árido y lleno de voces.

En Pedro Páramo, Comala es un pueblo de fantasmas que no se resignan. Los muertos siguen ahí porque tienen algo que decir, o porque el infierno está tan cerca del mundo que ni vale la pena cruzar. Rulfo no se burla de la muerte, pero la trata con la naturalidad con que se habla del clima. Su humor es seco, mínimo, casi invisible, pero está.

En cuentos como “¡Diles que no me maten!” o “Nos han dado la tierra”, la ironía se asoma en personajes que piden morir y no pueden, campesinos que reciben tierras infértiles como premio, soldados que sobreviven para contarlo. Rulfo entiende que la tragedia en México siempre tiene algo de chiste cruel, porque el dolor aquí se alivia contando historias.

Portada del libro Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Nellie Campobello: balas, risas y tumbas

Nellie Campobello, en Cartucho (1931), fue una de las primeras en darle rostro y voz a los muertos de la Revolución Mexicana. Pero lo hizo desde una mirada femenina, ácida y a veces irónicamente infantil. Sus relatos cortos están llenos de soldados, ejecuciones y balaceras, pero narrados con una ligereza que sorprende.

La autora convierte la guerra en una serie de estampas donde la muerte está tan presente que deja de ser solemne. En medio de la violencia, los personajes ríen, bromean, hacen comentarios tan simples que duelen más que cualquier llanto.

Por ejemplo, cuando una madre reconoce el cuerpo de su hijo y comenta con serenidad que “le dejaron la cara bonita”. Campobello nos recuerda que en la tragedia también hay un humor involuntario, una defensa del alma ante lo inevitable. En Cartucho, la risa es un refugio frente a la muerte.

Portada del libro Cartucho de Nellie Campobello.

El humor del absurdo de Julio Cortázar

Si hablamos de ironía ante la muerte, Julio Cortázar no podía faltar. El escritor argentino y maestro del humor negro en la literatura entendía que lo trágico y lo cómico van de la mano, que una muerte puede ser absurda, casi ridícula.

En cuentos como “No se culpe a nadie”, “Final del juego” o “La noche boca arriba” los límites entre la vida y la muerte se borran con un humor tan fino que parece una trampa. Y en “La salud de los enfermos” la muerte se convierte en un juego de apariencias, ya que una familia finge que todo está bien para no preocupar a la tía enferma, aunque el resto ya esté cayendo como moscas.

Cortázar se burla de nuestra obsesión con el control, de nuestra necesidad de fingir que podemos decidir cuándo y cómo morir. En su mundo, la muerte es un malentendido narrativo, una broma del destino que llega sin aviso y, a veces, con sonrisa incluida.

Portada del libro Los relatos de Julio Cortázar.

Mario Benedetti: la ternura del adiós

Mario Benedetti es otro escritor que logra hablar de la muerte con ternura, con ese humor cotidiano que se filtra incluso en la tristeza. En cuentos como “La noche de los feos”, “El otro yo” o “Réquiem con tostadas” sus personajes enfrentan pérdidas, despedidas y duelos, pero siempre con humanidad.

En “El otro yo”, por ejemplo, un joven se suicida… pero su “otro yo”, el más superficial, sigue vivo, coqueteando, sonriendo, sin saber que está muerto. La historia es tan irónica como melancólica, una especie de sátira sobre la doble moral de la sociedad y sobre nosotros mismos, seres que mueren un poco cada día, pero que igual sonríen para la foto.

Benedetti logra que la muerte no sea tragedia ni castigo, sino una excusa para recordar que aún queda amor, humor y poesía. En su universo, el adiós siempre tiene un guiño.

Portada de Cuentos de Mario Benedetti.

Gabriel García Márquez y el carnaval de los muertos

Y llegamos a Gabriel García Márquez, quien hizo de la muerte una fiesta interminable. En Cien años de soledad los muertos conviven con los vivos, se pasean por Macondo, dan consejos y hasta hacen parte de la rutina familiar. Nadie se asusta, aquí los difuntos son vecinos más del pueblo.

La muerte en García Márquez no destruye, perpetúa. Melquíades vuelve de la tumba para escribir, Remedios la Bella asciende al cielo mientras tiende sábanas, y los Aurelianos nacen con el destino tatuado. Todo esto con una ironía que roza lo divino, la eternidad puede ser una condena, pero también un chisme.

El humor en Cien años de soledad no es solo risa, es asombro. Es el reconocimiento de que la muerte, en América Latina, nunca ha podido borrar el gozo, ni la palabra, ni la memoria.

Portada de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

La literatura latinoamericana, a través de las voces de autores como Ibargüengoitia, Rulfo, Campobello y García Márquez, nos demuestra que la muerte es mucho más que un final. La muerte en la literatura es un personaje recurrente en la región que, lejos de infundir terror, se presta al sarcasmo, la ironía y hasta el realismo mágico.

Este humor negro en la literatura no es una falta de respeto, sino una forma profundamente humana y cultural de enfrentar lo inevitable, convirtiendo el luto en narrativa y la tragedia en un chiste cruel pero necesario. Al explorar estas páginas, uno entiende que reírse con la parca es, quizás, la forma más auténtica de afirmar la vida.