En pocas ocasiones nos detenemos a pensar en cómo ven el mundo los niños, qué piensan y sienten. Caemos en la idea adultocentrista y errónea de que los más pequeños “no se dan cuenta” de los problemas. No obstante, la literatura victoriana demostró que los niños también pueden ser héroes de grandes historias y padecer, tal vez más, la crudeza de la vida; sobre todo en la obra de uno de los escritores más importantes de la literatura universal, Charles Dickens.

Pero los niños que habitan el Londres de estas novelas no son ordinarios. Dickens fue de los primeros escritores en retratar personajes en su infancia que resultaban entrañables por ser sumamente humanos y profundos. Ya sea en Navidad o no, son niños que se encuentran desprotegidos y vulnerables ante las inclemencias de la gran ciudad.

El niño Charles Dickens

A pesar de que nunca lo admitió por vergüenza, la figura del niño abandonado o solo contra el mundo en la obra de Charles Dickens tiene su origen en la propia infancia del escritor. A los doce años, fue enviado a trabajar a una fábrica para ayudar a su familia que vivía en la cárcel junto a su padre, además de pagar su propio alquiler. Cuando su padre recibi�� una herencia, Dickens esperaba regresar con su familia, sin embargo, su madre se rehusó a hacerlo regresar.

La obra y el personaje que mejor reflejan los episodios de su vida que Dickens jamás olvidó es, sin duda, David Copperfield quien ha sido catalogado incluso como el alter ego del escritor. La novela cuenta, en voz del propio David, su vida desde su nacimiento hasta su muerte, pero son los aprendizajes obtenidos en su niñez los pilares del exitoso adulto que narra. Desde ser abandonado a su suerte por su padrastro, hasta las largas jornadas de trabajo en una fábrica, la figura de David es clave para entender a su creador, o al menos al niño soñador y perseverante que veía en sí mismo.

Víctima del sistema

Idealmente, la bondad y la pureza asociadas a los niños son las cualidades que deberían imperar en todas las infancias, sin embargo, en ocasiones las circunstancias en las que se desarrolla la niñez de muchas personas marcan una historia muy diferente. Tal es el caso de Oliver Twist, considerada como la primera novela con un niño como protagonista.

Y es que todo lo malo que podría pasarle a este pequeño le va a suceder. Queda a su suerte desde el momento de su nacimiento en una casa de acogida, pues su madre muere al momento de dar a luz. A partir de allí, Oliver no conocerá otra cosa más que la crueldad del mundo y lo duro que este puede ser para un huérfano desamparado.

Las trágicas circunstancias que envuelven la vida del niño se empeñan en orillarlo a los vicios en los que se creía en la época que vivía la gente pobre. Pero fue la prevalencia de la bondad de Oliver la que rompió estos esquemas y escandalizó a algunos lectores. Además, claro está, de la crudeza del retrato de la miseria de las calles de Londres así como de la corrompida sociedad que situaba a los niños como instrumentos del crimen.

La vida es aprendizaje

En su mayoría, las de Charles Dickens son novelas de aprendizaje, sus personajes y en especial sus protagonistas terminan la historia siendo completamente diferentes a como la comenzaron. Esta característica lleva a los personajes a pasar por una infinidad de sucesos que van moldeando esos cambios en ellos a través de enseñanzas y en ocasiones las novelas abarcan gran parte de la vida del protagonista como en David Copperfield o en Grandes esperanzas, donde Pip comienza su aventura con apenas siete años y la culmina como un adulto.

Durante su niñez en Grandes esperanzas, Pip aprende importantes lecciones sobre empatía y compasión al ayudar al convicto Magwitch; descubre el valor de la amistad y la familia a través de su relación con Joe; y se ve influenciado por sus primeros encuentros con la alta sociedad, lo que despierta en él aspiraciones de ascenso social. Estos aprendizajes tempranos sientan las bases para su desarrollo personal y sus decisiones a lo largo de la novela.

Charles Dickens supo retratar a través de sus niños diversas desigualdades sociales del Londres del siglo XIX como las condiciones precarias de la clase trabajadora, el trabajo infantil y el aparato institucional victoriano. Nos enseñó, a través de ojos inocentes y sin una pizca de maquillaje, que la más sincera humanidad puede hallarse en lo más profundo de la miseria.